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Duelo reproductivo

Duelo reproductivo

RELATO DE SIMÓN DAVID LARES POLITO

Ligado al acontecimiento del embarazo, el parto y el nacimiento; está el triste, doloroso, y traumático acontecimiento de los abortos o muerte del bebé durante el parto o después de éste.

Nadie quiere hablar ni siquiera aproximarse a un tema tan “fuerte”. Beltrán y yo le perdimos el miedo porque lamentablemente perdimos un bebé durante el trabajo de parto en el año 1996 y a partir de allí nuestra visión de la vida cambió radicalmente.

Sentimos que desde la perspectiva de padres y profesionales en el área de la educación pre-natal y post-natal yo; como médico obstetra él, se convirtió en una misión de vida el hecho de compartir y trabajar emocionalmente las implicaciones que la muerte de Simón nos trajo. Simón nos enseñó muchas cosas, nos confrontó con la dura realidad de la impotencia y el desconcierto. Cada vez son menos estos casos, gracias a los avances de la ciencia y la tecnología se pueden diagnosticar problemas durante el embarazo. Pero aunque se diagnostique alguna anormalidad y la pareja decida interrumpir un embarazo durante los primeros meses, no deja de ser traumático tanto para la mujer como para el hombre este suceso. El personal asistencial, la familia, los amigos; nunca nadie está preparado ni sabe cómo actuar en una situación de este tipo.

Es por eso que me quiero acercar a las personas que sientan la necesidad hablar de lo que les sucedió y lo quieran compartir con otras personas que hayan vivido lo mismo. Este primer paso es de por sí terapéutico; es el primer paso hacia la sanación. La cicatriz permanecerá toda la vida, eso lo sabemos, nos acompañará en muchos de nuestros actos, en nuestro próximo embarazo, por ejemplo. Y si desde el dolor y la desolación del vacío empezamos a ver un pequeño rayo de luz que puede ser el próximo bebé; por su bienestar emocional es imprescindible que la pareja se confronte desde el primer momento con todas las emociones, resentimientos, dudas, fantasías que surjan…

Lo primero que sentí fue que no lo podía creer: «esto no me está pasando a mí, no es posible”. Luego tuve que enfrentar el parto, me aconsejaron que era mejor parir pensando en un futuro embarazo. Yo quería que me hicieran cesárea, no quería sufrir las contracciones de parto. Pude sobrellevar el trabajo de parto porque había mucho amor de las personas que me acompañaban. Beltrán y yo estábamos tan desolados que no podíamos pensar ni actuar…pero había que actuar… yo tenía que actuar… me pusieron pitocín a millón y en cuatro horas ya había dilatado a diez, tenía la peridural. En sala de parto, cuando me rompieron membranas salió un líquido meconial espeso; el bebé había hecho lo que llaman un “sufrimiento fetal agudo”.

Ese día estábamos en la casa. Queríamos que Simón naciera en casa. Yo había parido en el agua cuatro años antes a Isadora y tenía a Antonio, mi hijo de once años quien nació por cesárea. Estaban iniciando las contracciones muy suaves, a las 8:30 de la mañana escuchamos con el Doppler los latidos del bebé. Estaba todo bien. A las nueve y media, una hora después no se escuchaba el latido. Pensamos que el Doppler se había estropeado, que no tenía pila. Decidimos ir a la clínica a hacer un ecosonograma. Ya no había duda.

Cuando me decían que pujara sentí una fuerza, la fuerza que te da la rabia, una infinita rabia. Yo sentía que quería sacarlo de mi cuerpo rápido, estaba desesperada. Beltrán lo tomó en sus brazos y se lo llevó. Lo bañó, lo vistió, lloró con María Auxiliadora y Magdalena, dos amorosas comadronas de las que hemos aprendido mucho y quienes nos apoyaron durante ese trance tan doloroso. En sala de parto estaban conmigo mis psicoterapeutas, Alberto e Ingrid, quien para ese entonces tenía siete meses de embarazo, ellos no cesaron de hablarme, de sugerirme que visualizara una luz blanca que entraba por mi cabeza y me cubría de calor y bienestar, “piensa en tu cuerpo, en hacer lo mejor para que te recuperes pronto, respira, llora, siente, tú eres fuerte y vas a salir adelante, no estás sola”. Al rato vi a Simón, tenía un rostro hermosísimo, era un bebé perfecto, parecía que estaba dormido.

Al día siguiente lo enterramos. Yo quise ir a despedirme de él. Nuestra pequeña hija Isadora no asistió al funeral. En ese entonces pensamos en protegerla de tanto dolor. Ella había ido con nosotros a la clínica, pero luego se la había llevado la tía, y esa noche durmió allá. Antonio se había ido a casa de los abuelos. Por más mal que uno se sienta, no debe separarse de los otros hijos en ese momento. Es importante compartir el dolor y el llanto. Eso los ayuda a asimilar lo que ocurrió, a ver el proceso. Y no que:  «algo muy grave pasó, mis papás no pueden estar conmigo ahora y el bebé no está. ¿Realmente venía un bebé?» Es como un fantasma, un angelito, alguien muy intangible. Si nos deshiciéramos del tabú de la muerte, podríamos ver a la muerte como algo más natural, como parte de la vida. Pero la ocultamos, nuestra cultura “fashion” no sabe cómo manejar esas situaciones. Y la explicación de que “tu hermanito es ahora un angelito” es el equivalente de “mira lo que te trajo la cigüeña” de hace apenas unas décadas atrás.

Nos fuimos una semana afuera de la ciudad. Cambiar de ambiente estando juntos Beltrán, Antonio, mi hijo mayor, Isadora y yo fue dentro de todo muy hermoso. Nos unió mucho como familia estar esos días frente al mar. Se me hacía imposible ver otros bebés, me dolía mucho y pensaba ”Cuán afortunados son aquellos padres y no sé si lo aprecian de verdad”. Perder a Simón me hizo apreciar el milagro de la vida con una intensidad de la que antes yo no era consciente. Me hizo darme cuenta que existe un plan divino, muy cruel, que ni yo ni mi esposo Beltrán podíamos controlar. Cuando quedé embarazada después de dos meses aproximadamente supe que existe Dios o un ser supremo y me sentí agradecida infinitamente por la llegada de Lucía en diciembre de 1996. La sensación de que mi cuerpo no sirve, o soy hostil con mis embarazos se fue alejando cada vez más… pero tuve que hacer un árduo trabajo interno de crecimiento. Trabajar la culpa, el dolor, el perdón, la rabia, tantas emociones muy intensas. La sensación de tener el pecho lleno de leche, que se explota y no hay bebé para alimentar es horrible… es un desperdicio.

Aceptar la llegada de Lucía no fue tan fácil. Nos sentíamos muy felices pero teníamos miedo. Y no es bueno para un bebé sentir miedo dentro de la barriga de mamá. Eso también fue difícil, pero lo trabajé concientemente, no lo negué. Lucía desde que nació me pareció una bebita sabia, como si supiera lo mucho que significaba para nosotros su presencia. Es muy inteligente, muy sensible y tiene una mirada profunda.

Yo tomé la decisión de que naciera por cesárea, quería verla rápido y no quería pasar por un trabajo de parto que durara horas. Durante la cesárea no dejé de cantarle aunque me decían que no hablara por lo de los gases… yo le cantaba con la boca cerrada y sé que la vibración de mi voz la acompañó todo el tiempo; en ese momento visualicé mi lugar sagrado que es una playa; yo me veía a mí misma meciéndome en una hamaca a la sombra de los cocoteros amamantándola y sentía una profunda confianza en que todo iba a salir bien. Y así fue. La examinaron y todavía en sala de recuperación estuvo en mis brazos tomando el pecho apenas una media hora después de haber nacido. Por supuesto, que Beltrán estuvo a nuestro lado todo el tiempo como papá y no como médico. Él pidió al pediatra que no llevaran a Lucía al retén, que si la bebita estaba bien me la dieran a mí. Y doy gracias de que pudiéramos lograr esa comprensión. Esperando afuera estaban mis dos hijos y la abuela Mayuya. Apenas fue posible ellos también estuvieron presentes. Había mucha alegría y silencio entre nosotros, como si no lo pudiéramos creer; que gracias a Dios y a la Virgen de quien me hice devota, Lucía estaba entre nosotros, con su pequeñez y hermosura nos trajo la esperanza.

Han pasado años de la muerte de mi bebé Simón y todavía siento mucha tristeza cuando lo recuerdo. Decir a la gente que tengo cuatro hijos: Antonio, Isadora, Simón y Lucía me cuesta mucho pero es nuestra realidad. Tuvimos a este bebé muy poco tiempo en nuestras vidas, nueve meses apenas, pero nos ha marcado tanto que no podemos obviar decir a las personas a las que damos nuestros cursos que tuvimos un bebé y lo perdimos. Su breve presencia dejó una huella eterna…

Lic. Isabella Polito, 2001.

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