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Mi experiencia con los miedos

Mi experiencia con los miedos

El miedo en el parto está siempre presente, el asunto es lograr mantenerlo al límite y no permitir que nos domine y gane fuerza, ya que, cuando eso suceda, perderemos la batalla.

Mi madre me contaba que en la década de los 40, en nuestra familia, por el lado paterno, dos tías habían fallecido a causa del parto y eso había sido una tragedia para todos, ya que mis primos sobrevivieron y fueron huérfanos. Una de mis tías contrajo una infección que no pudo superar porque, para entonces, aún no existían antibióticos. La otra tuvo una hemorragia que no se pudo detener, debido a que, durante esa época, aún no habían descubierto la oxitocina química.

Mis padres vivían en la misma casa donde mis tías habían parido. Eran los años de la posguerra y finalmente se habían podido casar. El primer parto de mi madre duró alrededor de tres días. Según cuenta, fue muy difícil. Mi hermano Antonio fue atendido por una comadrona. Al año nacía mi hermana, Francesca, quien tenía una gemela, Renata, que nació muy débil y a los pocos meses falleció.

Madre primeriza

Muchos años después, siendo yo la menor de cinco hijos, quedé embarazada de Antonio. En el parto me paralicé, me bloqueé, terminaron haciéndome cesárea por sufrimiento fetal. Solo dilaté hasta los cuatro centímetros. Yo no tenía consciencia del miedo que tenía oculto… Solo muchos años después, cuando quedé embarazada de Isadora, con una madurez y consciencia completamente diferentes, me di cuenta de que esta emoción la tenía bien internalizada.

El nacimiento de Isadora

En el parto de mi hija, Isadora, me rondaba mucho el miedo porque, además, hacía un mes, una paciente de Beltrán, mi esposo, que estaba en parto, y había tenido previamente una cesárea, había sufrido una ruptura uterina lo que causó la muerte del bebé. Estaba muy identificada con esta paciente porque al igual que ella, yo tuve una cesárea anterior, así me agregaba esta nueva amenaza.

El parto duró unas 18 horas, las contracciones no eran muy efectivas, duraban 40 segundos y se me distanciaban mucho. Yo estaba en la bañera y tenía muchas personas que me acompañaban. Recuerdo que, en un momento, focalicé un punto en la pared y empecé a visualizar el miedo y el dolor concentrados en un mismo lugar. Empecé a decirles que se fueran, que no me iban a sabotear mi parto, utilicé palabras fuertes, groserías, maldecía al miedo y le repetía constantemente: «¡Tú no vas a sabotear mi parto!”. También usaba la frase: “Te vas para el… ¡Yo soy más fuerte que tú!”, dirigiéndome al dolor. Y así pasé varios minutos susurrando. La gente creía que yo estaba rezando. Me da mucha risa hoy cuando lo cuento… pero fue muy efectivo.

Después de pasar ese umbral iniciático me pusieron un goteo de pitocín y, a los 20 minutos, lancé los gritos guerreros más impresionantes que mi garganta alguna vez pudo crear. Finalmente, salió Isadora.

Vencer al miedo, vencer al dolor y aprender a manejarlos, para mí, fue un triunfo, sentí que había cortado mi historia familiar para sanar. De mi familia, hermana y cuñadas, la única que ha parido soy yo, las demás han sido todas cesáreas. Y hoy en día puedo sentir y comprender que el miedo se transmitió de una generación a otra, estaba impregnado en nuestras células, y quién sabe en las generaciones anteriores, entre mis abuelas y tatarabuelas cuántas historias habrá.

Ni las doulas, ni los médicos obstetras y pediatras, ni las enfermeras, nadie nos enseña nunca cómo manejar los miedos. En general, lo que la sociedad nos enseña es a poner una barrera, a distanciarnos emocionalmente para no sentir, a colocarnos una máscara de racionalidad u objetividad que ocultan los sentimientos. Y lo que obtenemos es una paradoja, mientras más intentamos minimizarlo, este monstruo cobra cada vez más poder, y se materializa de la manera más cruel y en el momento menos esperado.

Lic. Isabella Polito de Lares
Doula. Educadora Prenatal. Terapeuta Corporal

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